Editorial de El Nacional: El patriota solidario…Entre tíos, amigos y sobrinos

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Fue para Hugo Chávez una aparición providencial. El paro petrolero de 2002 ­que sirvió de justificación al eterno hacedor de entuertos para desmantelar y politizar a Pdvsa­ se prolongaba más allá de lo permisible para una economía petrodependiente como la nuestra. Era, pues, propicia para que esquiroles de postín mostraran sus agallas. Y así, míster Ruperti, con su maletín de la empresa registrada quién sabe dónde, puso a disposición del gobierno «su» flota de tanqueros para traer gasolina al país.

Hugo Rafael le recompensó no solo con un generoso sobreprecio por los servicios prestados, sino con la máxima condecoración que la República puede conceder a un ciudadano, la Orden del Libertador.

«Vamos a estar claros. La persona que rompe el paro petrolero fui yo.

Eso me ha ganado enemigos que, de alguna forma, quieren que yo salga del mercado», aseguró desafiante y jaquetón este paradigma del boliburgués que ha prosperado a la roja sombra del régimen y que, cuando considera indispensable dejar constancia de su lealtad a la revolución, incurre en actos de calculado mecenazgo.

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En 2004 le martillaron 1.600.000 dólares por un par de pistolas labradas en oro que, supuestamente, alguna vez pertenecieron a Bolívar. En 2012 las donó a la nación para que el santón barinés se luciera con ellas en Aló, presidente… ¡El propio pistola! Cuando se barruntaba que el bajo perfil lo había relegado al olvido, salió a relucir de nuevo el nombre del magnate de calvas oportunidades al otorgársele un contrato de 138 millones de dólares para la remoción de coque en los terminales de Pdvsa.

Esta concesión se hizo la semana pasada. Y, ¡sorpresa!, hete aquí que lo presumible se hizo certeza cuando The Wall Street Journal reveló que míster Ruperti «es quien financia los gastos legales de Antonio Campo Flores y Francisco Flores de Freitas (sobrinos de la primera dama de la República, Cilia Flores, y del presidente Nicolás Maduro), quienes fueron acusados ante un Tribunal Federal en Manhattan por supuestamente pretender ingresar 800 kilogramos de cocaína a Estados Unidos». Hoy están bajo proceso y a la espera del juicio que los declarará inocentes o culpables.

Esta suerte de Donald Trump caribeño, que bajo los efectos espirituosos se presentó el 13 de abril de 2013 en Canal i (de su propiedad) para vituperar a Henrique Capriles antes de que el CNE emitiera su primer boletín, ha sido, con su miscelánea y excéntrica conducta, comidilla tanto para la chismografía financiera como para la política (intento de convencimientos, por encargo del PSUV, a personeros de la oposición), sin dejar por fuera la sentimental, que dio mucha tela que cortar.

Ahora, más que nunca, será objeto de elucubraciones en razón de la incalificable justificación de su financiamiento de la defensa de los sobrinos de la pareja presidencial: «Lo hago por razones patrióticas, como una manera de aliviar la carga del señor (Nicolás) Maduro». ¡Qué solidario, cooperante y bolivariano! Hay que recordar en estos momentos impúdicos la celebérrima sentencia del doctor Johnson: «El patriotismo es el último refugio de los canallas».

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