El atinado desempeño de Guaidó autoriza a pensar que poner fin a la usurpación y llevar a Venezuela a elecciones libres es una meta ya verosímilmente a la vista
En tan solo diez días, Venezuela y todo el vecindario han visto suceder cosas sorprendentes, muchas de ellas pavorosas y desconsoladoras; otras, al contrario, dejan ver emergentes tendencias sumamente alentadoras, impensables hace apenas unos años.
Guaidó ha retornado a Venezuela, desafiando con ello la arbitrariedad y los instintos criminales de Maduro y los suyos, y aún considerando los muchos riesgos que para él pueda entrañar su reingreso al país, el balance y las perspectivas de la ofensiva opositora siguen siendo halagüeños.
La valoración negativa que se ha hecho de la jornada del 23 de febrero es a todas luces equivocada. “No debió crearse tanta expectativa; el desaliento ante lo ocurrido en las fronteras con Colombia y Brasil, respectivamente, es un nuevo triunfo de Maduro: costará mucho recobrar el ímpetu que llenó las calles antes del 23F”; expresiones parecidas a estas menudearon en los mentideros y en las redes sociales.
Quienes estiman, por un lado, que la campaña por el ingreso de ayuda humanitaria resultó un fracaso absoluto lo atribuyen a que el factor militar -los generales y coroneles desafectos que la estrategia opositora esperaba poner de su lado-, no quiso o no pudo hacerse presente. Los servicios de contrainteligencia cubanos y la maquinaria represora de Maduro, obviamente, se emplearon a fondo.
Por otra parte, las centenas de soldados y suboficiales que, tras desertar, cruzaron la frontera, deben contabilizarse tan solo como nuevos desplazados por el hambre, refugiados que se suman a la menesterosa ola migratoria, y no como potencial núcleo de un ejército oponible a las huestes del régimen, tal como se ha sugerido que Eliott Abrams quisiera. Mejor así, digo yo.
Ciertamente, las esperanzas de quienes lo esperaban todo de una intervención militar estadounidense del tipo Tom Hanks desembarcando en la playa Omaha, se han visto frustradas. Con seguridad, el consenso en torno a que una intervención armada no es lo mejor para Venezuela irá en aumento. Bien visto todo, es mucho lo ganado.
El atinado desempeño del fulgurante Guaidó y de las fuerzas democráticas que él representa, junto a la vasta y sólida coalición de países de la región -afectados directamente por el tsunami migratorio venezolano- que, además de los EE UU, reconocen su legitimidad, sumado todo ello al fervor y la resolución con que la población ha vuelto a las calles, autoriza a pensar que poner fin a la usurpación y llevar al país a unas elecciones libres en un lapso de tiempo indefinido pero inexorable es una meta ya verosímilmente a la vista.
Piénsese que, a comienzos de año, muchísimos venezolanos veíamos el futuro con justificado desconsuelo, y saltará a la vista el terreno ganado en cosa de semanas.
Si se me pidiera señalar solo algunos elementos novedosos que han entrado en juego desde entonces y que hoy dejan pensar que la dictadura de Maduro tiene sus días contados, hablaría primero, tomando prestada una expresión del tenis, del logro mayor de la “ofensiva Guaidó” de romperle por completo el servicio a Maduro, algo de lo que todavía ni él ni el G2 cubano han podido reponerse.
Solo una cainita mezquindad negará que, por vez primera en muchos años, la creatividad política de quienes concibieron el sorpresivo giro estratégico que arrancó el 5 de enero pasado, ha contragolpeado donde duele a la tiranía madurista.
Lo han logrado desentendiéndose de las supercherías que tanta beligerancia dieron en el pasado a la leal oposición de partidarios de votar a conveniencia de Maduro, partidarios del doblarse para no partirse y de dialogar “constitucional, pacífica y electoralmente” con un gobierno cuyo único argumento es una pistola cubana en la cabeza.
El otro gran logro ha sido incorporar a su estrategia, proactivamente y sin melindres antiimperialistas, el factor geopolítico que hasta ahora solo jugaba a favor de Maduro. El decisivo apoyo estadounidense a la hoja de ruta Guaidó ya contrarresta eficazmente la despiadada ocupación cubana.
Gracias a ello, el Gobierno del presidente Guaidó, joven e interino como usted lo ve, ya ha designado el tren directivo de una refinería de petróleo en los EE UU. Se llama Citgo.
Ante la ineluctable merma de los ingresos de Pdvsa, este solo hecho indica que de ahora en adelante la pelea ya no será de burro contra tigre.
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