El mundo entero no parece curarse nunca de las ambiciones militares por controlar el poder y levantar a contramano de la historia una sociedad calcada a imagen y semejanza de un cuartel, enterrando en esas monstruosas ilusiones lo que en verdad son los cimientos indeclinables de la democracia y la libertad. Nadie entiende por qué ese empeño en seguir el oscuro camino de tantos generales sin destino que hoy, en la historia, no tienen espacio en otras páginas que no sean las de los dictadores y de los verdugos implacables de sus pueblos.
Las sociedades modernas no pueden oscilar entre las instituciones legalmente escogidas por los ciudadanos y aquellas salidas de las retorcidas ambiciones de un grupo de generales. No se trata, como podría parecer, de una contradicción intermitente que surge en los momentos de crisis, sino de una negación total en sí misma porque toda dictadura, disfrazada o abierta, sólo conduce a las sombras, a la crueldad y al desprecio de la sociedad civil y de sus valores más absolutos y hermosos.
Nadie niega el papel de las fuerzas armadas en momentos en que un tirano o su camarilla de civiles y militares convierten el ejercicio del poder en un acto prolongado e indefinido de rapiña, de corrupción, de asalto al tesoro público y de entrega vergonzosa a un poder extranjero, pero ello no significa que su sola acción pueda justificarse en un simple conciliábulo donde los intereses personales y las ambiciones grupales se anteponen a lo que son los anhelos de la sociedad en general, de la integración soberana de la nación, de la satisfacciones de las necesidades sociales, económicas, políticas y culturales de los ciudadanos, es decir, los civiles.
Todo esto viene al caso, entre otros avisos y advertencias de la historia, porque las fuerzas armadas de Turquía decidieron que el gobierno del presidente Recep Tayyip Erdogan no era sino la expresión precisa de un «traidor a su país» por haber establecido de acuerdo con Efe, la agencia española de noticias un «régimen autoritario del miedo», lo cual no es extraño en estos tiempos que vivimos porque la amalgama de civiles y soldados muy a menudo teme más a la prensa libre y a la libertad de pensamiento que a las balas de sus enemigos internos y externos.
El presidente Erdogan, en todo caso, ha sido calificado como un político de una larga experiencia y de recursos ilimitados en escenarios difíciles al punto de que, desde su trayectoria como parlamentario, alcanzó el puesto de premier a pesar de que su condición musulmana jugaba en su contra.
Luego, afinó su apuesta a la presidencia de la república, lo se veía muy cuesta arriba por la oposición de los poderosos grupos militares guiados en la histórica figura de Ataturk, padre del Estado laico, y de los sectores prooccidentales que consideraban arriesgada su presencia en momentos en que Turquía apostaba por su ingreso a la Unión Europea.
En un comunicado del Ejército, trasmitido por Efe, los militares aseguran que el país «será gobernado por el llamado Consejo de Paz en Casa», para darle «a los ciudadanos todos los derechos y restablecer el orden constitucional». Suena conocido.
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