No vaya a creer el lector que este editorial versará sobre el Atlético Madrid, once del cual el latinajo del título es enseña, y, por extensión, sobre el fútbol español que acaba de hacer un papel más bien mediocre en la Eurocopa. No, aquí se escribe sobre lo que atañe al país y sus circunstancias.
Y si hemos tomado prestada la divisa del equipo madrileño que es lema de unas universidades que quieren significar que la gloria se alcanza luchando es porque, aquí y ahora, el poder electoral se ha empeñado en estrechar la legalidad para intentar impedir que la ciudadanía active de manera augusta una consulta con miras a poner término a la más nefasta administración de que se tenga noticias en Venezuela.
Al angostar las sendas constitucionalmente previstas para que los gobernantes y funcionarios electos mediante el voto popular sean valorados a través de esa misma vía y removidos en caso de no cumplir con los deberes que les asigna la Carta Magna, el poder electoral no sólo vulnera prerrogativas ciudadanas, sino que priva al funcionario cuestionado de la oportunidad de ser honrado con su ratificación.
Claro que en el caso que ocupa al país tal cosa es casi una imposibilidad. De allí las emboscadas del CNE, organismo que pareciera haber delegado en el alcalde de Libertador su capacidad de discernimiento y su poder de decisión.
Contra toda lógica, sin autoridad legal para ello, el loquero de la esquina caliente ha dictaminado que un día es suficiente para que casi cuatro millones de venezolanos respalden con sus firmas la salida de Maduro. Eso sería factible si las alegres comadres del Consejo Nacional Electoral pusiesen a funcionar tantos centros de recepción como los que habilitaron, por ejemplo, para los comicios parlamentarios del pasado diciembre. De lo contrario, y ténganlo por seguro que así será, se apostará a la estrechez para intentar estrangular la voluntad del soberano.
El abusivo ventajismo implícito en la distribución geográfica de los puntos de validación de firmas para solicitar la continuidad del proceso revocatorio, así como la exigua dotación de máquinas capta huellas dispositivos utilizados en abundancia como herramienta de control represivo y racionamiento alimentario de la población puso de bulto la grosera parcialidad de la gendarmería comicial y su ignominioso vasallaje al Poder Ejecutivo. Quizá no estemos frente a un simple asunto de alineación sino ante una compleja cuestión de alienación.
Ello explicaría la vocería del frenólogo.
Claro que el entrometimiento de Rodríguez no es el de un espontáneo. Como se sabe, fue comisionado por Maduro para fungir de revisor de firmas en la recién finalizada jornada de autenticación de rúbricas que, de manera retorcida, un árbitro busca pleitos impuso a los peticionarios del revocatorio y manipuló de mil maneras para abortar lo que, por más dificultades que pongan, sería espléndido triunfo de la constancia cívica sobre su ordinario y soldadesco desempeño guerrerista. Ad augusta per angusta es, pues, síntesis de la epopeya ciudadana.
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