Intuíamos que de alguna forma en Venezuela había cierta consideración hacia los animales ya que solían abundar en el territorio nacional. Tanto, que el recordado poeta y humorista Aquiles Nazoa les dedicó divertidos versos («Los animales en Caracas»): Regálame una locha, mi caballo. /La mujer de Mengano es un zorra/ Y él un pájaro bravo/ Anoche fui al cine con el Mono/ Con el Chivo Capote y con el Gato.
No conoció el Ruiseñor de Catuche la insólita y variopinta concentración de especimenes tan fenomenales que parecen sacados del circo de T. S. Barnum que se ha posesionado de las instancias más altas del poder público. Sí, hay al mando de este campamento, en el que nos toca sobrevivir a punta de colas, un heterogéneo rebaño que envidian biólogos y naturalistas.
Hay burros que rebuznan y cocean en el Gabinete Ejecutivo; morrocoyas maquilladas y enjoyadas que, con su lentitud, ganan tiempo al tiempo en el CNE; cangrejos que caminan de espaldas a la Constitución en el TSJ, y más de un camaleón que no haya de qué color pintarse en el Legislativo.
Y no podían faltar los simios: se sabe de gorilas amaestrados militarmente; parientes, quizá, de los chimpancés que eran orgullo del Circo de Moscú paradigma del aburrido entrenamiento comunista. Solo que éstos hacían maromas en motocicletas, mientras aquéllos se solazan con narcomaromas.
Con semejantes bestias en funciones gubernamentales, lo menos que se puede esperar es una pizca de camaradería, un pelín de solidaridad en estos tiempos de difícil abastecimiento que ahora mejorará porque hay zamuros cuidando carne y toda suerte de alimentos, fármacos, productos de limpieza e higiene personal, así como chucherías y ciertas misceláneas, susceptibles de ser bachaqueadas hacia esas criaturas del Señor que están pasando las de Caín en el Zoológico de Caricuao a punta de auyama y mango. Vegetales para los carnívoros en dieta que los desdentará antes de hacerlos sucumbir de quién sabe cuáles males que pondrán a prueba la autopsia veterinaria.
Con la foto de un triste felino que alguna vez fue tan fiero y bien parecido como el emblemático león de la Metro Goldwyn Mayer, El Nacional da cuenta del estado de postración en que se encuentran las ahora mansas fieras del popular parque del suroeste capitalino: «Mueren de hambre… yacen débiles y apenas se mueven con desgano. La elefanta Ruperta deja al descubierto la deshidratación en su piel marchita por los rayos del sol. A duras penas camina y alza la trompa para saludar».
No se justifica, pero se explica, que quienes gobiernan traten a la gente como animales. O son unos «igualaos» o juzgan por propia condición. Pero no se entiende por qué están matando de hambre a quienes tanto se les parecen. ¿O será una muerte inducida para después comérselos? Hay todo bicho de uña y nada asombra en esta arca de Noé donde cantan los sapos, aplauden las focas y chilla la Sociedad Protectora de Animales. Retomemos a Aquiles: Porque leyó en su tierra que Caracas/ Era prolija en fieros animales/ Una ametralladora en la maleta/ De Trípoli se trajo un inmigrante.
A buen entendedor…
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