*** «Vengo a darle duro al hampa y darle tranquilidad a los ciudadanos», dijo el nuevo jefe de policía del pueblo San Miguel cuando tomó posesión del cargo.
El gobernador del estado designó como jefe de policía del pueblo San Miguel al comisario Oskar Vadillo. Sus compañeros le decían “loco”. Un hombre trigueño, alto, zurdo, muy diestro con las armas y con un elevadísimo concepto de la palabra autoridad. En su discurso de toma de posesión dijo claramente: «Vengo a darle duro al hampa y darle tranquilidad a los ciudadanos de este pueblo».
Luego de tomar posesión del cargo, el “loco” Vadillo convocó a su tropa para presentarse y darle las instrucciones de lo que debía hacerse en el comando que ahora estaba bajo su dirección.
“Compañeros he sabido que en los abarrotados calabozos de este Comando hay muchas armas en manos de los presos y eso tenemos que acabarlo”, fue lo primero que dijo el nuevo comandante. Muchos policías se miraron entre sí, tal vez pensando: “se nos jodió el negocio”. El comisario miró los gestos de sus subalternos y aún se hizo el desentendido. Supo que “había gato encerrado”.
“Como primera medida, vamos a sacar a todos los presos al patio, para registrar esos calabozos. ¡Ah! y antes de sacarlos me los mandan a desnudar y que sus ropas queden dentro de los calabozos. La idea es desarmar a esos desalmados que tenemos aquí”, fue la orden expresa que dio. Acto seguido llamó a sus tres oficiales subalternos para que junto a la tropa ejecutaran la orden que acababa de dar.
Los tres funcionarios de rango salieron temerosos a cumplir con la disposición del superior, pero a los pocos minutos regresaron ante éste y con cara de susto le dijeron:
“Comisario lamentablemente es imposible ejecutar la orden”
¿Y eso por qué? –preguntó con pausada voz el comisario Vadillo.
Con mucho nervio reflejado en el rosto uno de los tres oficiales le dijo a su jefe: “Lo que pasa mi comisario es que el pran se molestó y le mandó a decir que fuera usted mismo a sacarlos”
¿Y aquí en los calabozos de este comando policial hay un pran? preguntó sorprendido el nuevo comandante de la policía de San Miguel.
“Siiii” respondieron al unísono el trío de oficiales.
¿Y ese pran como se llama? –preguntó-
“Nadie sabe su nombre, solo sabemos que le dicen ‘Satanás’ y es quién controla a todos allá dentro.
El “loco” Vadillo se paró de su escritorio. Tranquilamente encendió un tabaco y lanzando una bocanada de humo exclamó con voz sarcástica frente a sus subalternos:
¡Qué les parece! …”ya vemos que tenemos aquí a un jefe más jefe que yo”,
Se sentó en el ancho sillón, abrió una gaveta de su viejo escritorio y sacó su arma de reglamento, una pistola semiautomática de 9 mm. La Browning GP-35 lucía brillante, como recién aceitada. Se la acomodó en el cinto y dijo: “acompáñenme que voy a ejecutar mi orden. Vamos a ver si ese ‘Satanás’ es más jefe que yo” y, echó andar rumbo a los calabozos. Los tres hombres se miraron entre sí muy sorprendidos y le siguieron los pasos.
Los cuatro jefes policiales se detuvieron frente al primero de los calabozos. Abra la puerta, le ordenó el comisario a uno de sus subalternos. El uniformado temblorosamente obedeció. Abierta la reja, el comisario Vadillo entró y encaró al pran ‘Satanás’. “Usted me mandó a decir que viniera yo a ejecutar la orden de sacarlos al patio porque vamos hacer una requisa general en estos calabozos. Aquí estoy. Dígame cual es el problema”
El pran ‘Satanás’ retadoramente encaró al jefe policial diciéndole: “Por sobre mi cadáver nos vas a sacar de aquí ‘paco pajuo’. Vas a tener que matarme primero”, dijo. Acto seguido y con una rapidez sorprendente el “loco” Vadillo sacó su Browning y le dio tres tiros en el pecho a
‘Satanás’. Ante la mirada atónita de los tres oficiales subalternos, el pran se desplomó. Murió de manera instantánea. Los dos secuaces del delincuente muerto, es decir, sus ‘luceros’, se amotinaron y le gritaron al jefe de la policía: “Mira coño e’ madre lo mataste, ahora te vamos a joder”. Si parpadear, el comisario volvió hacer uso de su 9 milímetros y les disparó al par de sujetos, cuyos cuerpos cayeron prácticamente sobre el del pran muerto. Los subordinados no podían creer lo que acababan de presenciar. Habían sido testigos de un hecho sin precedentes conocido. ¡Un triple crimen a sangre fría!
¿Alguien más quiere una ración? -Preguntó el jefe policial aún con su pistola en la mano izquierda-. Nadie pronunció una palabra.
Entonces, el ahora temido comisario Oskar Vadillo ordenó: “Todo el mundo se quita la ropa, se pone las manos en la nuca y salen en fila al patio”. Nadie se atrevió a contradecirlo. Los presos salieron de los calabozos como D-os los trajo al mundo y cabizbajos al sitio indicado por el jefe de la policía. Ni uno de los privados de libertad se quedó en los calabozos. Los sentaron en el concreto caliente y la tropa los rodeó.
“El que se ponga con pendejada me lo fusilan” -gritó Vadillo, antes de volver con un grupo de policías a los calabozos, donde solo estaban tirados en el piso y sobre un gran charco de sangre los tres cadáveres. El del pran ‘Satanás’ y sus dos luceros-
Arrancó requisa minuciosa. Dieron con varias “caletas” y en ellas encontraron además de una buena cantidad de drogas y 147 celulares, cargados de fotos y muy buena información; un verdadero arsenal: 18 revólveres, 23 pistolas, 31 puñales y, hasta una subametralladora uzi, 9 granadas y 623 proyectiles de diferentes calibres.
Cuando terminaron de registrar los calabozos, el “loco” Vadillo ordenó que llamaran al respectivo representante del Ministerio Publico. Cuando este llegó se encerró con él en su despacho y todo quedó bien “cuadrado”.
Hubo una rueda de prensa con el saldo de tres presos muertos “que intentaron desarmar a funcionarios” y, el balance del arsenal localizado en los calabozos del Comando de la Policía de San Miguel.
Cualquier parecido con la realidad en algún sitio del país, en mera coincidencia, pero lo cierto es que esta historia trae a la memora la obra de Laureano Vallenilla Lanz, «Cesarismo democrático», donde justifica la acción de caudillos en nuestra historia política, y donde los alude con la frase: «el gendarme necesario». Ahora, Cualquier parecido con la realidad en algún sitio de éste país, es mera coincidencia
José Rafael Ramírez
Periodista, CNP 3.141
NOTA DE REDACCIÓN. Las graficas que acompañan esta crónica no se corresponden con el hecho narrado, son solo referenciales
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